Según los
cronistas los primitivos habitantes de estas tierras chibchas y guanes se
valían para contar, en primer lugar de los dedos de las manos, para contar de
diez en adelante se servían de los dedos de los pies, anteponiendo la palabra quijicha,
que significa pie a los diez primeros números. Así contaban hasta diez:
Uno: ata.
Dos: boza.
Tres: mica,
Cuatro:
muijica.
Cinco:
jizca.
Seis: ara.
Siete:
cujupcua.
Ocho:
sujuza.
Nueve: aca
o acan.
Diez:
unebibico.
De diez en
adelante contaban así: once, quijicha ata; doce, quijicha boza; trece, quijicha
mica, y así en adelante. Al número veinte le llamaban gueta, después sumaban
por veintes, un veinte, dos veintes, tres veintes, etc. El número gueta lo dividían
en cinco partes: 5, 10, 15, 20 de los
cuales se servían ellos para sus cuentas y negocios.
Los
Chibchas y por tanto los Guanes, dividían el tiempo en años, meses y días. No
parece que contaran propiamente las horas. Pero junto a las casas de los señores
principales de la tribu tenían un
poste
clavado, muy recto, que les servía con su sombra para indicar el avance del
día., era un verdadero reloj de sombra, a este posta lo llamaban “ta” y por semejanza
daban al tiempo el mismo nombre que al palo
que tenían para indicarlo. Empleaban la palabra Pcuaxiana que significa “hora”, pero en el sentido de instante de momento.
El
jeroglífico del tiempo era un poste, con una cuerda atada a la parte alta, aludiendo
así al sacrificio de Gueza, al que inmolaban atado al palo indicador de adelanto
de la luz solar, al concluir el periodo de veinte años lunares. Al día lo
llamaban zua y al día completo zuansinca.
Al día lo
dividían en dos partes: Suamena o mena y tarde, Suameca o meca. A la noche la
llamaban zajasa o za; a la primera mitad de la noche, zasca o zaca y a la
segunda mitad zagui o caqui.
No dicen
nada los cronistas si tenían el día de descanso semanal, lo que parece muy
natural; como el mercado principal era cada ocho soles, es posible que ese día
fuera el de descanso o suspensión de trabajo agrícola.
Los meses
los contaban por las lunas, con sus menguantes y crecientes, dividiendo cada
una de estas dos partes en otras dos; así resultaban cuatro partes del mes,
nuestras semanas.
Los meses los
contaban por las fases de la luna; principiaban a contar el mes desde el plenilunio
que ellos llamaban Ubchihica, a los ocho días, el cuarto menguante o Cujupcua;
venía luego la oscuridad total de la luna denominada por ellos Muijica o cosa negra,
al siguiente día, luna nueva, lo llamaban Jizca o unión de la luna y el sol,
que ellos creían eran las nupcias de esos dos astros; después llegaban al
cuarto creciente o Mica para llegar de nuevo al plenilunio.
Tenían
también el año de de doce lunas, el cual llamaban Zocam o Chocan y que principiaban
con el tiempo de preparar la tierra para sus siembras, que mas o menos era en
nuestro enero. Así procuraban igualar el año lunar con el año solar. El año
terminaba con el fin de sus cosechas.
Para
significar el pasado decían Zocamana (Chocamana) y el año presente Zocamata
(Chocamata).
Llevaban
cuenta de los años: de manera que jamás decían solamente Zocam, sino que le
añadían el número que le correspondía: zocm-ata, zocan-bozaa, zocam-mica, etc.
Seguramente
tenían su calendario basado en hechos muy importantes de su historia, que
marcaban el principio de las edades o épocas; pero esto es hoy un enigma
indescifrable, ya que los conquistadores no se preocupaban por averiguar esas
tradiciones.
Tenían
también un período de tiempo de cuatro
lustros, el termino de los primeros años lo llamaban jizca; el segundo lustro
terminaba con ica (10); el tercero finalizaba con quichajizca (15) y el último
concluía en gueta (20). Era un periodo de veinte años lunares, al concluir
ofrecían el sacrificio de un joven, al cual llamaban “Guez” que quería decir
sin casa, por que eran jóvenes a quienes de ordinario tomaban como prisioneros
de las guerras, o niños que desde tierna edad los sacaban de sus casas y los
llevaban a sitios especiales, donde los cuidaban esmeradamente. Llegado el día
del sacrificio organizaban una solemne procesión que encabezaba la victima;
llegados al lugar escogido le arrancaban las entrañas y lo ofrecían a sus
dioses en el palo o “ta”, como propiciación por toda su tribu. En esta víctima
ellos tenían el vocero que expresaría a la luna todas las penalidades y
angustias, de los que vivían en este mundo.