jueves, 22 de enero de 2015

NUMERACIÓN Y CÁLCULO DEL TIEMPO EN LOS CHIBCHAS








 


 




                                 



 Según los cronistas los primitivos habitantes de estas tierras chibchas y guanes se valían para contar, en primer lugar de los dedos de las manos, para contar de diez en adelante se servían de los dedos de los pies, anteponiendo la palabra quijicha, que significa pie a los diez primeros números. Así contaban hasta diez:
Uno: ata.
Dos: boza.
Tres: mica,
Cuatro: muijica.
Cinco: jizca.
Seis: ara.
Siete: cujupcua.
Ocho: sujuza.
Nueve: aca o acan.
Diez: unebibico.
De diez en adelante contaban así: once, quijicha ata; doce, quijicha boza; trece, quijicha mica, y así en adelante. Al número veinte le llamaban gueta, después sumaban por veintes, un veinte, dos veintes, tres veintes, etc. El número gueta lo dividían en cinco partes: 5, 10, 15, 20 de los cuales se servían ellos para sus cuentas y negocios.

 Los Chibchas y por tanto los Guanes, dividían el tiempo en años, meses y días. No parece que contaran propiamente las horas. Pero junto a las casas de los señores principales de la tribu tenían un
poste clavado, muy recto, que les servía con su sombra para indicar el avance del día., era un verdadero reloj de sombra, a este posta lo llamaban “ta” y por semejanza daban al tiempo el mismo nombre que al palo que tenían para indicarlo. Empleaban la palabra Pcuaxiana que significa “hora”, pero en el sentido de instante de momento.

El jeroglífico del tiempo era un poste, con una cuerda atada a la parte alta, aludiendo así al sacrificio de Gueza, al que inmolaban atado al palo indicador de adelanto de la luz solar, al concluir el periodo de veinte años lunares. Al día lo llamaban zua y al día completo zuansinca.

Al día lo dividían en dos partes: Suamena o mena y tarde, Suameca o meca. A la noche la llamaban zajasa o za; a la primera mitad de la noche, zasca o zaca y a la segunda mitad zagui o caqui.

No dicen nada los cronistas si tenían el día de descanso semanal, lo que parece muy natural; como el mercado principal era cada ocho soles, es posible que ese día fuera el de descanso o suspensión de trabajo agrícola.

Los meses los contaban por las lunas, con sus menguantes y crecientes, dividiendo cada una de estas dos partes en otras dos; así resultaban cuatro partes del mes, nuestras semanas.
Los meses los contaban por las fases de la luna; principiaban a contar el mes desde el plenilunio que ellos llamaban Ubchihica, a los ocho días, el cuarto menguante o Cujupcua; venía luego la oscuridad total de la luna denominada por ellos Muijica o cosa negra, al siguiente día, luna nueva, lo llamaban Jizca o unión de la luna y el sol, que ellos creían eran las nupcias de esos dos astros; después llegaban al cuarto creciente o Mica para llegar de nuevo al plenilunio.

Tenían también el año de de doce lunas, el cual llamaban Zocam o Chocan y que principiaban con el tiempo de preparar la tierra para sus siembras, que mas o menos era en nuestro enero. Así procuraban igualar el año lunar con el año solar. El año terminaba con el fin de sus cosechas.

Para significar el pasado decían Zocamana (Chocamana) y el año presente Zocamata (Chocamata).

Llevaban cuenta de los años: de manera que jamás decían solamente Zocam, sino que le añadían el número que le correspondía: zocm-ata, zocan-bozaa, zocam-mica, etc.

Seguramente tenían su calendario basado en hechos muy importantes de su historia, que marcaban el principio de las edades o épocas; pero esto es hoy un enigma indescifrable, ya que los conquistadores no se preocupaban por averiguar esas tradiciones.

Tenían también un período de  tiempo de cuatro lustros, el termino de los primeros años lo llamaban jizca; el segundo lustro terminaba con ica (10); el tercero finalizaba con quichajizca (15) y el último concluía en gueta (20). Era un periodo de veinte años lunares, al concluir ofrecían el sacrificio de un joven, al cual llamaban “Guez” que quería decir sin casa, por que eran jóvenes a quienes de ordinario tomaban como prisioneros de las guerras, o niños que desde tierna edad los sacaban de sus casas y los llevaban a sitios especiales, donde los cuidaban esmeradamente. Llegado el día del sacrificio organizaban una solemne procesión que encabezaba la victima; llegados al lugar escogido le arrancaban las entrañas y lo ofrecían a sus dioses en el palo o “ta”, como propiciación por toda su tribu. En esta víctima ellos tenían el vocero que expresaría a la luna todas las penalidades y angustias, de los que vivían en este mundo.

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